jueves, 28 de octubre de 2010

Jim Sheridan

Jim Sheridan (izq) y Daniel Day Lewis, en el rodaje de "En el nombre del padre"
El prestigio del director dublinés Jim Sheridan es debido a una escasa filmografía, pero de una calidad indiscutible, que inició allá por 1989 con la película Mi pie izquierdo. En ella contaba la vida de un conocido pintor que padecía una parálisis cerebral por la cual sólo podía utilizar, como el nombre de la película indica, su pie izquierdo. El papel cayó en manos de Daniel Day-Lewis, con el que formó un tándem magistral plasmado en dos películas más: En el nombre del padre (1993) y The Boxer (1997).

Estas dos películas coinciden en un mismo contexto, una Irlanda en la que el IRA campa a sus anchas y se encuentra más poderoso. En la primera,  Day Lewis interpreta a Gerry Conlon, uno de los "Cuatro de Guildford", condenados injustamente a más de quince años de cárcel por un atentado en el que murieron cinco personas. En The Boxer, esta vez el personaje principal, de nombre "Danny Boy" Flynn, es un antiguo miembro del IRA que, tras cumplir una condena, intenta por todos los medios rehacer su vida al margen de cualquier actividad delictiva y abriendo una escuela de boxeo.

Por norma general, su cine aborda una temática social exenta de cualquier tipo de intentos de manipulación hacia el espectador, como podríamos ver en otras películas semejantes, como El viento que agita la cebada (2006), de Ken Loach, mostrando hechos contrastados y sin caer en maniqueísmos baratos que , malintencionadamente, pretenden posicionarnos de un lado en concreto. 
Dentro de ese cine social, Sheridan añade a su filmografía la cuestión de la inmigracion en el drama En América (2002) y las disputas del campo entre propietario y arrendatario en la ya mencionada en otra entrada El Prado (1990).

De esta manera, cierra un círculo de películas que podrían ser consideradas como el máximo exponente, junto con la filmografía de Loach, del cine británico de los 90, para después dar el salto a Hollywood, donde ha realizado dos films que, según la crítica especializada, bajan el listón considerablemente.

Richard Harris y Sean Bean en El Prado (1990)
Daniel Day-Lewis y Pete Postlethwaite en En el nombre del Padre (1993)
Daniel Day-Lweis y Emily Watson en The Boxer (1997)
Daniel Day-Lewis y Ruth McCabe en Mi Pie Izquierdo (1989)
Paddy Considine y Samantha Morton en En América (2002)

martes, 26 de octubre de 2010

El loco del pelo rojo

La desdichada vida de Van Gogh fue adaptada al cine en 1956 por Vincent Minnelli (Lust for life fue el título original), quien no pudo estar más acertado al asignar a Kirk Douglas el papel de genio atormentado. A pesar del carisma que desprende en cada gesto interpretando a Espartaco (1960, Stanley Kubrick) o el temor que produce el desfigurado rostro de Einar en Los Vikingos (1958, Richard Fleischer), fue la personificación de Van Gogh su papel más aclamado. Más allá de su increíble parecido físico, pocas veces se ha visto en el celuloide una interpretación tan descarnada de un hombre que lucha contra sus propios demonios, contra sí mismo. Un hombre impulsivo, desordenado e irritable, y en cuyo interior hierve un talento capaz de plasmar, únicamente, en un lienzo, demostrando sentimiento, fuerza y belleza pero, como el bueno de su hermano Theo dice "nunca llegará a ser feliz", azotado por los miedos y el fracaso.

De esta manera, naufragan cada uno de sus proyectos: su deseo de ayudar a los más necesitados en su primera etapa como sacerdote, las relaciones amorosas, la convivencia con Gauguin, el taller de artistas que pretendió crear en Arlés, y así hasta el final de sus días.
Además de Douglas, el papel de Paul Gauguin es interpretado por Anthony Quinn. Ambos nos muestran con maestría, mediante una escena en la que discuten acaloradamente, como era la tortuosa relación que los unía, sus desacuerdos artísticos y sus anhelos en la vida.

Por otra parte, el cuidado que aplica Minnelli en la elaboración de las reproducciones de sus cuadros alcanza la perfección, sorprendiéndonos con decorados y exteriores muy precisos de obras tan conocidas de Van Gogh como Los comedores de patatas, El café nocturno o El dormitorio de Van Gogh en Arlés. Así, podríamos afirmar que se trata de un film muy recomendable para cualquier aspirante a actor, cinéfilo o aficionado al arte. Una película de altura, que dista mucho de ser un simple biopic, al tratar temas vinculados al sentido de la vida y la vana búsqueda de un hombre, a pesar de contar con poderosas armas, de un hueco en la vida.

lunes, 25 de octubre de 2010

María, llena eres de gracia

Durísimo film de coproducción colombiana y estadounidense de 2004, que aborda sin licencias melodramáticas la odisea sufrida por tres mujeres que deciden plantar cara desesperadamente a la cruda realidad para salir de la pobreza. Seducidas por un dinero aparentemente fácil, un trato amistoso y acogedor, y empujadas por una vida humilde en la que resulta imposible progresar, toman la decisión de dar un paso que les arroja al mundo de la droga, soportando en sus estómagos más de cuarenta "pepas" de heroína en un viaje de regreso incierto hacia los Estados Unidos o la misma muerte. 
Resulta conmovedor entender como, a diario, dichas circunstancias se producen, no sólo en Colombia, también aquí cerquita, en el traicionero estrecho, apenas catorce kilómetros de longitud, como el pobre moro de turno se la juega, con la guadaña acechándole a cada golpe de ola, para que el narco engorde su tren de vida y el personal se fume  los canutitos correspondientes para relajarse, ignorantes (conscientes o no) de la verdad.
El peso de la película recae en la actriz debutante Catalina Sandino Moreno, que interpreta a una de las "burras" colombianas encargadas del trabajo sucio, quien transmite con excelencia el drama que supone dicho reto, acompañado de la soledad, el miedo ante lo desconocido en un mundo ignoto y el horror e inseguridad al saber que un paso atrás supone la muerte, no sólo la suya sino la de sus seres queridos que deja a merced de los capos de los cárteles, y uno adelante la ausencia de libertad, es decir, la cárcel. 
La amargura y la ansiedad se muestran palpables a lo largo de la película, con momentos contados de elevada tensión, contados para mantenerse en los parámetros de una película dramática y no derivar en lo que sería un thriller. Una película original como pocas, no en su temática, pues ejemplos de películas sobre la droga abundan, y sí en el punto de vista, el del "burro" que se juega la vida.

jueves, 21 de octubre de 2010

Un hombre llamado Richard Harris

"¡Bendita tuberculosis!". Eso fue lo primero que pensé (apenas unos segundos, después vino un "pobrecillo...") cuando leí que Richard Harris iba para estrella de rugby, debutando incluso en las categorías inferiores del XV del trébol, y la enfermedad le obligó a buscarse otro camino. Quién sabe si hubiera sido un Ronan O'Gara del rugby de su época, pues en El ingenuo salvaje (1963) patea, corre la banda y placa que es un gusto, se nota que no necesitó de unas clases prácticas, sin embargo, sabia decisión, descubrió en sí mismo unas importantes dotes interpretativas y, por tanto, inició su carrera como actor de teatro, para luego dar el salto a la gran pantalla.

Fue entonces cuando comenzó a labrarse un nombre, dándose a conocer con la película mencionada, su quinta labor cinematográfica. Su carrera resultó ser una montaña rusa, combinando papeles protagonistas con secundarios, trabajando bajo la batuta de grandes directores (Mann, Peckinpah, Eastwood, Sheridan...)  y absolutos desconocidos, en películas de calidad y en verdaderos engendros y grandes borracheras con penosas resacas con sus amigos Peter O´Toole y Richard Burton.

Dejando a un lado la parte negativa de su trayectoria, Harris nos brindó films de buena factura, elevados a mayor categoría gracias a sus tablas, como Odio en las entrañas (1969), en el que, junto a Sean Connery y otros mineros forman un grupo de saboteadores, los Molly Maguires, que luchan por unas mejores condiciones de trabajo, Un hombre llamado caballo (1970), quizá su papel más recordado, en el que sufrirá el bello y doloroso ritual del sol o El Prado (1990), un drama rural con tintes trágicos en el que interpreta a un hombre capaz de todo por defender lo que cree suyo,  amén de otros papeles que me dejo en el tintero.

En sus últimos años, brilló en papeles pequeños. Cómo olvidar a Marco Aurelio el Filósofo de Gladiator (2000), a Bob el inglés de Sin perdón (1992) y al mago Dumbledore de Harry Potter y la Piedra Filosofal (2001), papel que aceptó enternecido por la insistencia de su pequeña nieta, quien le dijo que no le volvería a hablar más si no hacía de Dumbledore, cerrando así una carrera digna, qué menos, de una entrada.

viernes, 15 de octubre de 2010

Más dura será la caída

Rodada en los últimos años de la etapa dorada del cine negro, Más dura será la caída (1956) supone el último coletazo vital del icono por excelencia de un género que, como el western, vislumbraba su cénit en el horizonte y, precipitándolo con su fallecimiento un año después del estreno, dejó a La Meca del cine huérfana de su gran mito, Humphrey Bogart.
A pesar de lo que en un principio pudiera parecer, no resulta novedoso encontrarnos una película "negra" con una trama ambientada en el mundo del boxeo pues, el mismo director, Mark Robson, penetró en el género sumando la misma temática pugilística con la historia de otro juguete manipulado por las mafias, esta vez interpretado por Kirk Douglas en El ídolo de barro (1949).
Sin embargo, más que falta de originalidad, podríamos decir que se trata de una vuelta de tuerca cuyo resultado es una denuncia abierta que, si la ubicamos en el subgénero de "películas de boxeo", podríamos decir que rechaza ser una película de acción sin más, o una película de boxeo que se vanagloria de los mitos de un deporte en el que abundan más, si cabe, las miserias humanas. Esta denuncia, ataca directamente a la raíz del problema, las mafias que controlan el deporte y lo tienen convertido en un circo (excelente la alegoría de la caravana de Toro Moreno, el triste púgil manipulado, acompañada por una música de lo más circense), asegurando que el boxeo, la eterna lucha interpares ha perdido su esencia, sus valores, pasando a ser un mero negocio, fábrica de hércules de plastilina de usar y tirar que no interesan a nadie, en la que los managers, entrenadores u ojeadores, a través de la farsa y el amaño, elevan al olimpo o empujan al infierno al boxeador en función de lo abultado que quede su bolsillo.
Además, se agradece la presencia en la película de héroes de este deporte como Max Baer o J.J. Walcott, lo cual dice mucho de la veracidad de la historia y, encima, ambos están fenomenal. Desde luego, Bogart no pudo decir adiós de mejor manera.

lunes, 11 de octubre de 2010

El entrañable Walter Brennan

Brennan poseía esa aura o magnetismo, como quieran llamarlo, de los grandes actores. Tenía la nada desdeñable capacidad de atraer la atención del espectador, incluso por encima del mismo protagonista, bien despertando la mayor de las simpatías o el desprecio más virulento en función del personaje, destruyendo  con una facilidad sin igual la etiqueta de "actor secundario". Aunque quizás no resulte un argumento de peso, pues ya sabemos que esto de los premios es digno del mismisimo pucherazo decimonónico español, sus méritos fueron reconocidos con tres premios oscars. Fue durante mucho tiempo el actor con más galardones de la academia, hasta que el inefable Jack Nicholson le igualó, y quién sabe si un día le supere.
Pero todos estos elogios, que no iban con él, resultarían inútiles si no hablamos también de su humildad, constatada para la posteridad cuando dijo: "yo sólo sé actuar de dos maneras, con dentadura o sin ella". De hecho, se quedó sin piños en un accidente en 1932, de ahí la ventaja de no tener que pintárselos de negro.

Creo recordar que la primera película suya que ví fue Río Bravo (1959), en la que interpretaba al inolvidable tullido Stumpy y, desde entonces, apuntaba en rojo toda película en la que su nombre apareciera en el reparto, descubriendo, de esta manera, no sólo su vertiente cómica, sino sus admirables aptitudes para interpretar al despótico juez Roy Bean en El Forastero (1940) o al cabecilla de los hermanos Clanton que traía por el camino de la amargura a Henry Fonda en Pasión de los fuertes (1946).

Quizás, los que no desdeñen los westerns se habrán topado con él más de una vez, pues trabajó en y con los mejores, pero no hay que olvidar otros papeles suyos más allá del género, como el inseparable amigo de Bogart (y el whisky) de Tener y no tener (1944) o al médico de un pueblo de la América profunda en el intrigante film Conspiración de silencio (1955). Sin duda, uno de los más queridos y admirados, al menos para un servidor.

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